Entrados en desgracia, rompiendo prejuicios, taladrando el alma marchita.
(Permítaseme ladrar sobre el lodo. Dejar una a una, cada mina, esperando romper carne, huesos, dientes, cráneos)
Hicimos de cuenta que a nadie le importaba dos pesos ninguna de las caritas que vivían debajo, en el subterráneo, llorando preocupadas, lágrimas sin sangre, sin vida, sin mostrarse. Con apenas la pena embargada de quien creyó verle los últimos momentos, bajando los escalones que dividen de las vías y a los que una ley vital implícita les permite la entrada sólo a los ingenieros (y a las ratas), esas suaves sus mejillas perdían tacto y caían poco a poco, flácidas sin amparo. Los dependientos pusieron en marcha las grúas que levantaron el vagón separado del tren, chirriando el acero, moviendo toneladas y sudando el olor a carne quemada. Los padres (supuestos o verdaderos), trataban de no pensar en encontrarse la sonrisa siniestra de aquellos huesos afilados estallando al contacto de la corriente y el peso del mundo que se había apoyado, en su avance, con apenas un millar de oficinistas fracasados que llegarían quince minutos tarde a laborar.

2 comentarios:

  1. Acabo de descubrir este blog y es maravilloso. ¿No hay un botoncito para seguirlo?

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  2. Gracias Princesa de las Islas Fújur, puedes seguirlo con el botón que está en la parte superior izquierda de la pantalla. Es un honor que te guste lo poco que hay por acá. :)

    Ya seguía el tuyo y me parece bastante genial.

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