Ha subido al vagón con los pies desnudos, protegidos por una costra de mugre. Aplaude y canta una canción que todos conocen y nadie corea. Linda su manera de marcar las notas: sus pasos acompasan las terminaciones con la vocal "o". Desde fuera, en el anden, tres jovencitas en edad de acoso le miran con diversión, ñañara y asco. Decide volverse un moníto bailarín a nuestras expensas. Aunque nadie ríe, noto que no en pocos su entrada sorpresa ha causado agrado. Es su condición mendicante la que no permite mostrarle empatía.
***A todas luces acobardado. Le miro sin ninguna intención de intimidarle, aún así lo consigo. Suelta un tembloroso quejido con el que intenta ofrecer una serie enmohecida de compactos a los que ha puesto el valor de su miseria. Su indispuesta voz que chilla se reduce hasta el silencio. Da los pasos ponderantes que le han sumido amaneradamente; su bolsa de plástico atestada. Quise haber tenido la oportunidad de mirar que alguien le pidiera mostrar con detalle -aún sólo por curiosidad- la biznaga de deshecho que aleteaba al pasar. Nunca quise encontrarle, no mediante mis recuerdos. Ahora sé que le dejaré vivir un poco más de lo que puede, dentro de mí. Con todo ello, le guarde esperanza hasta que descendió del autobus. El chofer y su acompañante, corrían la noche por obtener a lo sumo una tostada más para el despilfarre. Esquivando motores detenidos ante rojos daltónicos, rozando al trote las miradas ansiosas de otros conductores.
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