Entrados en desgracia, rompiendo prejuicios, taladrando el alma marchita.
(Permítaseme ladrar sobre el lodo. Dejar una a una, cada mina, esperando romper carne, huesos, dientes, cráneos)
Sí, eran catorce, murieron sin decir nada, muy valientes. Por la mañana se les había visto por separado, recorrer los alrededores sin apariencias raras. Yo fui la encargada de revisar sus pertenencias cuando el forense pidió sus cuerpos. De por sí parecían siluetas silenciosas, en la lejanía, por la mañana, antes de reconocerles a todos juntos parte del mismo grupo. De todas maneras nadie les puso atención. No es por nada pero dejamos que cada quien disfrute su estancia como mejor le plazca. Es casi un deber como ciudadanos y pues, dejando en claro que lo que nos importa es el paseante, que disfrute y encuentre razones para regresar y entre más acompañado pues mejor. Cada quien recibe lo que merece. Para mí que lo mismo les hubiera sucedido acostaditos en sus camas de sus casas. Algo ya venían haciendo que les fue devuelto con creces. Dos eran viejas y parece que no alcanzaron a mirar lo que les caía encima, sus cuerpos tenían la forma de quien ya no tiene huesos. Las ridiculizaron, yo digo.

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