Hicimos de cuenta que a nadie le importaba dos pesos ninguna de las caritas que vivían debajo, en el subterráneo, llorando preocupadas, lágrimas sin sangre, sin vida, sin mostrarse. Con apenas la pena embargada de quien creyó verle los últimos momentos, bajando los escalones que dividen de las vías y a los que una ley vital implícita les permite la entrada sólo a los ingenieros (y a las ratas), esas suaves sus mejillas perdían tacto y caían poco a poco, flácidas sin amparo. Los dependientos pusieron en marcha las grúas que levantaron el vagón separado del tren, chirriando el acero, moviendo toneladas y sudando el olor a carne quemada. Los padres (supuestos o verdaderos), trataban de no pensar en encontrarse la sonrisa siniestra de aquellos huesos afilados estallando al contacto de la corriente y el peso del mundo que se había apoyado, en su avance, con apenas un millar de oficinistas fracasados que llegarían quince minutos tarde a laborar.
Entrados en desgracia, rompiendo prejuicios, taladrando el alma marchita.
(Permítaseme ladrar sobre el lodo. Dejar una a una, cada mina, esperando romper carne, huesos, dientes, cráneos)
Su cuerpo tenía escamas, los implantes dejaron en claro la posición económica y la disposición para la investigación médica. Parecía querer tomar forma de un dragón, como en las mitologías de oriente. Dejar la vida de un simple mortal y arrojarse a la aventura junto a las divinidades. Por momentos, se conseguía entender cual truco de inocente "animalidad", como cuando se escoge el traje para una fiesta de disfraces.
Bajo los pies, en las plantas, tornaba un color algo amarillento, al parecer, su metabolísmo estaba por conseguir tan preciada metamorfosis. No sabemos qué enseñanzas sintetizaron su distinguida decisión. Semejante transgresión a las leyes naturales sólo puede hacer pensar en ciertas perturbaciones o, en su debido caso, algo intencionado, rescatado de sabrá que tradición olvidada.
Bajo los pies, en las plantas, tornaba un color algo amarillento, al parecer, su metabolísmo estaba por conseguir tan preciada metamorfosis. No sabemos qué enseñanzas sintetizaron su distinguida decisión. Semejante transgresión a las leyes naturales sólo puede hacer pensar en ciertas perturbaciones o, en su debido caso, algo intencionado, rescatado de sabrá que tradición olvidada.
Sí, eran catorce, murieron sin decir nada, muy valientes. Por la mañana se les había visto por separado, recorrer los alrededores sin apariencias raras. Yo fui la encargada de revisar sus pertenencias cuando el forense pidió sus cuerpos. De por sí parecían siluetas silenciosas, en la lejanía, por la mañana, antes de reconocerles a todos juntos parte del mismo grupo. De todas maneras nadie les puso atención. No es por nada pero dejamos que cada quien disfrute su estancia como mejor le plazca. Es casi un deber como ciudadanos y pues, dejando en claro que lo que nos importa es el paseante, que disfrute y encuentre razones para regresar y entre más acompañado pues mejor. Cada quien recibe lo que merece. Para mí que lo mismo les hubiera sucedido acostaditos en sus camas de sus casas. Algo ya venían haciendo que les fue devuelto con creces. Dos eran viejas y parece que no alcanzaron a mirar lo que les caía encima, sus cuerpos tenían la forma de quien ya no tiene huesos. Las ridiculizaron, yo digo.
I
Voz en off desde un primer plano sonoro: "Caminos de muerte, cuerpos deshollados con una apenas reconocible extinta humanidad. ¿Quisieras esta realidad para tu familia, tu cotidianeidad? Súmate a las brigadas en favor de la limpieza y ordenamiento de la zona." En lo absoluto se espera una respuesta. Es más bien un somentimiento a la imagen (y esa voz inseparable) aquello que no me deja mirar a distancia la escenografía. Reconocer la producción, la técnica del artista, los desplantes desfavorecidos de quienes tuvieron que dar hasta su muerte para que se les permitiera participar de un discurso aplastante. No puedo aunque lo intento, no quiero concentrarme en más atrocidades. La voz canalla resurge en otro aspecto y otra escena. Me deja frito: "¡Cándido tu mono te pide de comer, dale nueva suciedad vacuna!" Es suficiente, paso a vomitar en el lavabo, atascándolo.

Roberto Liang , Liang Chun-wu
II
Temer una sonrisa, despues de todo, resulta ser la pésima excusa que pueda recibir alguien de quien se sabe, podrías estar enamorado. Termina de una vez por aceptar que no darás indicaciones acerca de los daños aunque fuese necesario tener al culpable, pero por amor de dios, ¡deja de buscarlas entonces! -Así hacía su llamado a conciencia el tan afamado médico en psiquiatría.- Destinado a demorar cada implicación, rumeando y tragando saliva, después de todo, pagaba para que alguien le asistiera durante esos menesteres, Romualdo Fatigas, terminó por azotarse la frente, sumida ya de por sí.
Ha subido al vagón con los pies desnudos, protegidos por una costra de mugre. Aplaude y canta una canción que todos conocen y nadie corea. Linda su manera de marcar las notas: sus pasos acompasan las terminaciones con la vocal "o". Desde fuera, en el anden, tres jovencitas en edad de acoso le miran con diversión, ñañara y asco. Decide volverse un moníto bailarín a nuestras expensas. Aunque nadie ríe, noto que no en pocos su entrada sorpresa ha causado agrado. Es su condición mendicante la que no permite mostrarle empatía.
***A todas luces acobardado. Le miro sin ninguna intención de intimidarle, aún así lo consigo. Suelta un tembloroso quejido con el que intenta ofrecer una serie enmohecida de compactos a los que ha puesto el valor de su miseria. Su indispuesta voz que chilla se reduce hasta el silencio. Da los pasos ponderantes que le han sumido amaneradamente; su bolsa de plástico atestada. Quise haber tenido la oportunidad de mirar que alguien le pidiera mostrar con detalle -aún sólo por curiosidad- la biznaga de deshecho que aleteaba al pasar. Nunca quise encontrarle, no mediante mis recuerdos. Ahora sé que le dejaré vivir un poco más de lo que puede, dentro de mí. Con todo ello, le guarde esperanza hasta que descendió del autobus. El chofer y su acompañante, corrían la noche por obtener a lo sumo una tostada más para el despilfarre. Esquivando motores detenidos ante rojos daltónicos, rozando al trote las miradas ansiosas de otros conductores.
El Rey
A mí tráeme lingotes, que perros voy a andar haciendo con tus putos dólares. Esos guárdalos para la gente que se vende. Yo lo único que quiero es ser el Rey y cómo chingados crees que alguien me va a respetar si uso dólares. Van a pensar que somos iguales. Ya te dije, a los putos de los senadores, de los diputados y a los reputísimos de la procuraduría y de la federal, págales en dólares. Se sienten grandes las muy putas sabandijas. Nunca han tenido nada; este paisucho no les da más que la oportunidad de mendigar. Quedándose con las costras de mis ganancias. Pero ah, allá ellos, putos de mierda. Cuando me vean empoderado, lleno de oro, bañándome en oro y con mujeres cubiertas de oro, querrán pedir un aumentillo. Ja, para putos, ese será el día en que mi reino no tendrá fin, ya sabes, como los putos de los padrecitos se atreven a decir cada puta misilla. Los mínimos van a pensar que pueden mirarme. Ja.- tose. Su acompañantes se preocupan. Últimamente no ha estado bien de salud. Siempre, en las comidas improvisadas en sus refugios de las Lomas, al levantar el vaso para beber cualquier clase de líquidos, los asistentes a la mesa están obligados a pedir por la salud del (Rey) antes de llenarse la boca. Y así mismo si están en presencia de algún compañero, aún lejos de las Lomas. Pero como ni entre ellos se reconocen, pues es necesaria la total ignorancia en el entramado que le protege para asegurarle plenamente, a no pocos de los que medianamente saben estar involucrados, se les ha visto entrechocar imaginariamente su vaso o copa con otra en una mesa en donde no hay más que familiares extrañados por su conducta tan constante e inoportuna.
El problema no radica en la insalvabilidad del individuo, el problema radica en el movimiento perentorio al que consigna su satisfacción. En una madrugada lluviosa, con esa capa de podredumbre que trae consigo el saberse mal habitado, saque de mi bolsillo un martillo con el cual poder azotar mi mano. Pensé en todas las posibles maneras para torturarme. Quise que mi mano no volviera a sus movimientos conocidos. Quise mutilarle. Después de las cien primeras descargas, el azote en mi pulso era tal que no sabia como mantener a la mano que castigaba. A buen cometido, ella sabia que dejar esa tarea inconclusa repercutiría no sólo en mi estado de ánimo, sino que la mano castigada, al lograr recuperarse, olvidaría todo el dolor sufrido.
A la mañana desperté no como quién sale del sueño que trae descanso. Desperté sonámbulo. Resistiendo apenas el punzar de la mano castigada. Era el momento. Tenía que cortarla.
Limpié hasta donde llegaba la parte afectada. Me unté un poco de desinfectante y preparé la sierrilla.
Con el filo del acero tocando esa parte ahora insensible de mi piel, noté que no tenía porqué cortar mi mano, ella no tenía parte en el asunto. El culpable era mi tobillo. Sin él no hubiese podido llegar hasta ningún lugar. Supe que si lo cortaba, estaría a salvo de moverme nuevamente hasta el televisor en dónde, no sin descaro, unas fofas caderas se pavoneaban a su entera complacencia sobre ese pene erecto.
A la mañana desperté no como quién sale del sueño que trae descanso. Desperté sonámbulo. Resistiendo apenas el punzar de la mano castigada. Era el momento. Tenía que cortarla.
Limpié hasta donde llegaba la parte afectada. Me unté un poco de desinfectante y preparé la sierrilla.
Con el filo del acero tocando esa parte ahora insensible de mi piel, noté que no tenía porqué cortar mi mano, ella no tenía parte en el asunto. El culpable era mi tobillo. Sin él no hubiese podido llegar hasta ningún lugar. Supe que si lo cortaba, estaría a salvo de moverme nuevamente hasta el televisor en dónde, no sin descaro, unas fofas caderas se pavoneaban a su entera complacencia sobre ese pene erecto.
Dolls
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